Algunas personas creen que los alimentos ricos en grasas o azúcar pueden ser adictivos, lo que hace que las personas los consuman en exceso, favoreciendo así la obesidad. ¿Debe darse a estos alimentos el mismo trato que al alcohol o al tabaco? ¿O estamos confundiendo los términos “adicción”, “ansia por la comida” y “trastornos relacionados con la alimentación”?
Se cree que en el cerebro hay vías comunes que son las responsables de la sensación de placer derivada del consumo de alimentos y el uso de drogas. Por ejemplo, estudios realizados en ratas de laboratorio muestran que el consumo excesivo y repetido de azúcar puede sensibilizar los receptores cerebrales a la dopamina (una sustancia que se produce en el cerebro cuando experimentamos placer) de modo similar a lo que ocurre al abusar de drogas ilegales. Los estudios realizados en personas mediante técnicas de neuroimagen, que permiten ver imágenes de la estructura y el funcionamiento del cerebro, también indican que existen similitudes entre la respuesta fisiológica que se produce en anticipación a una comida apetitosa y al abuso de drogas. Por ejemplo, se libera dopamina en las mismas regiones cerebrales.
En contra de la “adicción a la comida”
A pesar de las similitudes encontradas entre la acción de comer y el uso de drogas, la mayoría de los casos clasificados como “adicción a la comida” no deberían considerarse como una conducta adictiva. Comer es una conducta compleja en la que participan muchas hormonas y sistemas diferentes del organismo; no es simplemente un sistema de placer/recompensa. Estudios recientes han encontrado algunas diferencias en los cambios que se producen en varios neurotransmisores en relación con el consumo de drogas y la compulsión intensa por los alimentos.

Recomendaciones:
Aunque el ejercicio y unos hábitos alimentarios sanos son dos de los aspectos más importantes para gozar de buena salud, es posible ayudar a los profesionales de la salud a tratar a las personas cuyos hábitos alimentarios no coinciden con sus intenciones gracias a los estudios actuales de la neurociencia y al reciente descubrimiento de que el circuito cerebral más potente para controlar el consumo de alimentos también regula el metabolismo lipídico periférico.
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